Tras la luna llena en Escorpio,
las lobas mágicas nos encontramos para el entierro del cuerpo fermento.
Escarbamos humedad y frío,
recordamos maneras ancestrales de conservar y almacenar.
Dicen por ahí,
que bajo tierra,
la fermentación se ralentiza ocho veces.
Proteínas y grasas se descomponen en moléculas simples de azucares y amino ácidos,
tal como en en el tracto digestivo,
y en lo húmedo y caliente de la piel humana,
dulce y umami.
Inhalaciones mocosas de comunicación química,
que nos orientan en el entorno,
evocando respuestas emocionales intensas,
memorias de asco, placer y pertenencia.
El olor del proceso de decadencia, de la muerte,
¡puaj!
La repugnancia,
emoción exclusiva de nuestra especie,
nos protege y nos distancia,
respuesta adquirida por la cultura que,
cuando no se define,
se defiende a sí misma caminando tiesa, rígida,
imponiendo lo visible,
reprimiendo los olores de la tierra y de las partes inferiores.
Relatos de tránsitos a cuatro patas,
y de putrefacciones (des)controladas,
límites que se diluyen,
en un ciclo infinito de vida, muerte y fermentación.
¿Es el asco una defensa contra el miedo a la muerte?
¿Es la putrefacción radicalmente colectiva?
¿Es lo podrido un límite cultural?