Mi propuesta con "Malvidentes" es reivindicar el mirar de otras maneras, el percibir de formas alternativas y variadas. Esa reivindicación en estas condiciones de la miopía es llevada al extremo de su forma literal o física. La intención es cuestionar la episteme hegemónica para entender que no hay una única y correcta manera de ver o percibir. Encontrar, así, inspiración en las particularidades de cada visión personal que genere diversos tipos de conocimientos, que a su vez nos vinculen tanto en la formas de percepción como al momento de expresión de esa experiencia cognitiva.
Esta re-unión con la propia forma de ver -que se considera "ver mal"- implica reconocer nuestras vulnerabilidades. Para que esto suceda, me resulta importante compartirlas para que esa fragilidad se sienta más suave, no nos hiera y, a la vez, que dé lugar a entablar vínculos que posibiliten sensibilidades alternativas, conocimientos situados y perspectivas contradictorias desde esas otras miradas.
En este sentido, la visión enfocada que se ha impuesto en el régimen ocularcentrista utiliza prótesis para corregir a todas las miradas hacia ese enfoque hegemónico. Pensar la vista desenfocada abre el espectro de posibilidades visuales a niveles infinitos, porque cada una ve distinto y también esa vista muta a lo largo de la vida.
Las miopes vivimos el desenfoque sin intención, pero también se puede provocar mirando con el cuerpo en movimiento, aumentando el flujo de imágenes al scrollear una pantalla, entrecerrando los ojos en un espacio muy iluminado, poniendo el foco en un objeto o detalle mientras prestamos atención a lo que está a su alrededor que queda desenfocado como visión periférica. Así, se generan lógicas que habilitan la duda, el error, como espacios de inspiración, imaginación, juego, acción en contraposición a la lógica determinista y feliz que nos propone el sistema hegemónico.
En términos menos ambiciosos, la intención es que las sesiones Malvidentes sean un momento para simplemente estar, descubrir nuestra propia manera de ver, sin un objetivo productivista, encontrarnos con nosotrxs mismxs, con el entorno y con otrxs.
A nivel teórico e ideológico, otro de los propósitos de este proyecto tiene que ver con visibilizar cuestiones en torno a la vista y la imagen que habitualmente están invisbilizadas en nuestro régimen escópico. Uno de los asuntos que me llamaron la atención durante la investigación pensando el ocularcentrismo -o el anti-ocularcentrismo-, es que sigue muy instalada una concepción que divide y jerarquiza los sentidos. Considerar que el tacto puede ser más importante que la vista es muy sugerente –en tanto cambio de paradigma- pero mantiene este conflicto que es constitutivo del positivismo cartesiano. Me resulta importante abandonar la lógica de la competencia que no es capaz de pensar los sentidos como una red interconectada. Considero que un cambio de canon se está comenzando a plantear pero aún mantenemos esa concepción que distingue tanto los sentidos entre sí como la percepción y el conocimiento, es decir los sentidos y la mente. Encuentro indicios de nuevas maneras de pensarlo e incluso puede ser interesante que no haya uniformidad al respecto. La hegemonía es sobre todo un relato que se presenta unívoco, cuando en los hechos no utilizamos una única forma de ver y sino diversas posibilidades de percepción.
Otra de las cuestiones que surgen de analizar el ocularcentismo tiene que ver con la idea de visión distante o perspectiva. Como si para poder ver “bien” hiciera falta estar lejos del objeto observado. Cuando los propios microscopios o telescopios lo que hacen es acercarnos al objeto de estudio. O incluso, pensando en la miopía, al ver de cerca unx miope ve aún más detalle que una persona con visión “normal”. Entonces, considero que es importante pensar la distancia en relación al objeto o ser vivo observado, sobre todo para pensar desde dónde miramos. Tener en cuenta ese lugar, su contexto y por lo tanto entender el conocimiento situado no solo a nivel científico, sino también artístico e incluso relacional.
Tal como expone John Berger en el comienzo de “Modos de ver”, en términos de maduración se considera que el lenguaje viene inmediatamente después que la vista. Entonces, es en la combinación de estas dos capacidades humanas que nuestro régimen genera distancia, divide y jerarquiza. Desde hace un tiempo pienso en dejar de nombrar cuerpo al cuerpo, porque nombrarlo es tomar distancia de nosotrxs mismxs. Pablo Maurette a través de Michel Henry dice que “la revelación primordial de que somos carne viva se da en la oscuridad más absoluta: somos, antes que nada, carne invisible. La vista precisa de distancia, y aquí no hay distancia, la vista precisa de representación, de imagen, y aquí no hay ningún tipo de aparecer pues todo es autoafectividad. (…) En la base de esta fenomenología de la carne está la convicción de que la vida no se conoce pensándola, sino en carne propia y de que, parafraseando el incendiario apotegma de la tesis 11 sobre Feuerbach, los filósofos no han hecho más que ver el mundo cuando de lo que se trata es de vivirlo.”. Si la palabra es lo que viene después de ver, entonces aún más distancia genera lo nombrado de esa primera experiencia reveladora en la oscuridad de la autoafectividad. También me parece importante entender esa primera forma del sentir no necesariamente táctil, sino como una combinación tanto de sentidos como de capacidades cognitivas que da lugar a la conciencia de estar vivxs.
Por otro lado, pensar las variadas distancias del ver para percibir implica reconocer el movimiento posible en el conocimiento a la vez que la posición situada de cada mirada. Así podríamos discutir la idea de que conocer es observar fijamente o estudiar en profundidad, con la idea de que observar implica un movimiento en tanto que entrar en detalle, como mínimo, implica un movimiento focal. En este sentido, tanto en relación a la división entre sentidos como a la “fijeza” de la mirada contemporánea, Marina Garcés propone que el problema no es la separación de los sentidos sino la distancia establecida entre la vista y su propia capacidad sensible, como si la vista fuera equivalente a lo real, como si fuera “la presencia pura”. La visión hegemónica ya no solo es la distancia con un dios que nos observa desde el cielo, ni tampoco es solamente perspectiva universal, ahora nos paraliza y aísla en seres alienados frente a sus pantallas individuales. De alguna manera, lo que se ha impuesto desde el positivismo, es una concepción de que lo que vemos es la verdad, sin tomar en cuenta el punto de vista. En este sentido Derrida propone que el ver mal pondría en duda esa verdad.
El último eje que me interesó trabajar en cuanto a las formas posibiles de la “malvidencia” es la visión periférica. Me interesa pensar esta forma de observación en contraposición a la idea de una visión central, que deposita su mirada solo en lo que tiene justo frente a sí, generando tanto una división en relación al entorno de ese objeto observado como limitando las posibilidades de percepción. La visión periférica está presente siempre, aunque no tengamos conciencia de ella la usamos cotidianamente. Es la que nos vincula –tanto a nosotrxs como a lo que observemos en primer plano- con nuestro entorno y la que nos permite anticiparnos a algo que está comenzando a entrar en nuestro campo visual. Es por esto que me interesa reivindicarla, poner el foco en ella sin enfocarla fijamente es una manera de visibilizar formas del ver que habitualmente no tomamos en cuenta. Tal como indica Marina Garcés, “La visión periférica no es una visión de conjunto. No es la visión panorámica. No sintetiza ni sobrevuela. Todo lo contrario: es la capacidad que tiene el ojo sensible para inscribir lo que ve en un campo de visión que excede el objetivo focalizado”. A su vez, es un espacio donde el foco tampoco es total, lo cual también da lugar a esa variedad desenfocada que me interesa reconocer.
Si las anómalas -en términos de Santiago López Petit- o lxs trans -en términos de Paul B. Preciado- son personas que fueron expulsadas a los bordes del sistema por los aparatos de control de ese mismo sistema, desde allí se convierten en puntos de fuga por los que se escapa ese control. Entonces lxs malvidentes fuimos arrastradxs a esta condición por un sistema de visión que no nos termina de expulsar por imponernos unas prótesis que nos re-incertan, pero si nos las quitamos podemos convertirnos en puntos de fuga desde los que proponer nuevas poéticas borrosas. Si por el uso en alza de pantallas, cada vez somos más personas las que vemos “mal”, ¿por qué nos empeñamos en corregir hacia algo que solo funciona para producir y reproducir un tipo de vida? Propongo estas imágenes borrosas para dar lugar a que las ensoñaciones que de ellas surjan nos permitan crear otras variadas formas de percepción, cognición, relación e incluso producción, es decir otras formas de vida.
Tras la investigación organicé tres encuentros en los cuales activar esas formas no hegemónicas de la visión desenfocada, periférica, en movimiento, situada y entrelazada con el resto de los sentidos: en principio con gente que ve "desenfocadamente" al quitarse las prótesis de corrección, combinando una intención política con el deseo de relajar la vista e inspirarnos de manera compartida. En el tercer encuentro invitamos gente que viera "bien" sin necesidad de prótesis y que junto a las participantes de las dos sesiones anteriores utilizaran unas gafas que diseñé para obstaculizar la visión central y poner en evidencia las posibilidades de la visión periférica. Si bien la intención inicial del proyecto tenía que ver puntualmente con el sentido de la vista, las propuestas que generé sí trabajan con la visión como eje pero ponen en evidencia el inevitable uso de los otros sentidos a la vez, lo que también permitió derivar la experiencia hacia otras posibilidades sensoriales.
Para la planificación de las sesiones consideré importante que en el primer encuentro entráramos en clima, que fuera una iniciación para que posteriormente nos sintiéramos capaces de soltar la imaginación a partir de nuestra percepción. Es por eso que el primer ejercicio fue una relajación guiada que creara una atmosfera en la que cada unx se conectara con su percepción sensorial a la vez que tomando conciencia de que estábamos todxs atravesando una experiencia similar. La idea era comenzar cerrando los ojos –sin prótesis de corrección- para percibir con los demás sentidos a la vez que imaginarnos nuestro cuerpo desde dentro en una perspectiva imposible a nivel visual pero que sí somos capaces de construir ficticiamente. Esta experiencia también se propone como reformulación de esa primaria autopercepción que citaba Pablo Maurette más arriba.
A partir de esta relajación se creó un espacio onírico con luces bajas que habilitaba el transportarnos a una liberación de la imaginación donde lo que viéramos pudiera tomar formas extrañas a la vez que pudiéramos representarlo cada vez con menos pudor. En paralelo, las diversas actividades proponían una prograsiva interacción hasta expandirnos a todo el grupo. De esta forma fuimos generando una confianza grupal en donde la vista era lo que se ponía en evidencia como sentido, pero donde utilizábamos los demás sentidos para expresar lo que percibíamos a través del juego, la palabra y el baile. Estos ejercicios tenían una doble función: entrar en calor en la instancia del “ver mal” a la vez que ir abriendo un canal para que la deformidad de nuestra mirada permitiera formas estimulantes.
De esta manera, llegamos a una instancia de baile ritual que esta vez iba desde lo grupal hacia una percepción individual que fuera derivando hacia donde nuestra inspiración nos llevara. En todas las sesiones dispusimos hojas y rotuladores para que quien quisiera en cualquier momento pudiera expresar lo que necesitara. Al finalizar ofrecí una instancia de merienda con alimentos saludables para la vista que comimos viendo mal, mientras compartíamos las sensaciones experimentadas, recuerdos de experiencias del “ver-mal” y algunos conceptos teóricos vinculados a mis intenciones.
En la segunda sesión ya habíamos conformado un “grupo de juego” –no podría llamarlo grupo de trabajo ni de estudio-. Aprovechando la luz del día empezamos el encuentro al aire libre “viendo mal” en el patio de la escocesa. Así deformamos árboles, chimeneas, nubes, ventanas, etc. permitiendo que se conviertan en otras imágenes. Al igual que la sesión anterior, la intención posterior era generar que lo que viéramos nos atravesase para representarlo con el cuerpo, imitando esas formas y las formas que los otros cuerpos tomaban. Posteriormente ingresamos a mi taller, donde proyectamos imágenes que habían traído las propias participantes anotando lo que cada una malveía ante cada imagen para luego compartir las diversas perspectivas. Esto demostró cómo cada una veía en función de sus experiencias previas. Por ejemplo, ante una imagen de la película “Teorema” de Pier Paolo Passolini donde se ve un cuerpo desnudo en la base de un volcán de cenizas negras con un poco de humo una de las participantes veía una playa de agua oscura con espuma. Ella consideraba que como creció en una ciudad costera venezolana su imaginario está limitado por esa procedencia. Esta cuestión de cómo vemos en función de la perspectiva que traemos más o menos conscientemente se ponía aún más en evidencia en el siguiente ejercicio donde las participantes debían escribir una pregunta que le harían a una “vidente” que luego se respondería con otro grupo de imágenes proyectadas que sugirieran palabras. Así la pregunta sugestionaba la respuesta, pero también se ponía en evidencia como los oráculos en muchos casos nos ayudan a contestarnos en base a los propios conocimientos que no somos capaces de “ver” a simple vista, pero sí cuando nos corremos de esa lógica hegemónica, cuando nos desenfocamos.
La siguiente actividad buscaba dar lugar en forma gráfica -viendo mal- a expresar lo que las vistas obtenidas en los diversos ejercicios nos hayan sugerido. Al finalizar esta actividad realizamos una relajación guiada que luego nos inspirara para leer algunas citas de la investigación que realicé previamente, comer, conversar y pensar juntas en torno a lo que íbamos atravesando.
Para el tercer encuentro invitamos gente que viera “bien”, es decir público general y también gente que las participantes de los encuentros anteriores quisieran invitar. Durante este encuentro trabajamos con la visión periférica. Las participantes de los encuentros anteriores eligieron continuar trabajando sin corrección y a esto sumar la experiencia de la periferia. Comenzamos el trabajo con una relajación que incluía un relato fantasioso que escribí a partir de la experiencia de las sesiones anteriores. Una vez más esta relajación buscaba entrar en un clima de percepción enrarecida –sobre todo para gente que no conoce la experiencia de ver distinto cotidianamente al quitarse las gafas o lentillas- y también crear una confianza grupal para las siguientes actividades. Posteriormente generamos juegos que pusieran en acción la visión periférica en circunstancias donde habitualmente la usamos sin tomar conciencia de ella y en otras situaciones que modificaran la manera en que solemos realizar ciertas acciones. Al finalizar también realizamos la merienda con charla que permitió pensar y discutir sobre las cuestiones investigadas a la vez que hacer una especie de repaso de toda la experiencia.