Bajo la luna llena en Tauro,
invoco la fuerza imparable e inevitable de la actividad microbiana,
la reorganización del tiempo no productivo,
la cultura original de los contenedores sucios,
todo lo que queremos que pase entre generaciones,
que se preserve,
el devenir y transformar.
El fluido ácido y viscoso anima la almendra,
que se agita y burbujea,
cuerpo fermento que toma del entorno bacteria y levaduras y las integra,
¡glu, glu, glu!
deviene materia viva,
afecta.
Involucrarme con lo invisible, dinámico e impredecible
me ayuda a transcender,
a estar abierta hacia todo lo demás,
ser porosa.
A entender mejor las relaciones entre cuerpos, microbios y comida,
y cómo mi cuerpo se conecta en estas relaciones
no lineales,
enredadas entre el apropiarse y el incorporarse.
A re-imaginar las composiciones,
microcosmos de cómo nos relacionamos con lo macro,
y a guardarlos en mi cuerpo como memorias físicas.
¿Qué merece la pena preservar y de qué manera?
¿Cómo puede transformarse sin perderse?
¿Puedo conservar memorias comiéndolas?