Para Ricard Casabayó el arte es huella, es energía condensada en algo nimio, como una piedra. Su universo pétreo recuerda al flujo energético que culturas líticas ancestrales que invocaban con sus grandes construcciones tipo dolmen, pero Ricard propone lo que podríamos llamar minilítico frente al megalito; frente al monumento reivindica al guijarro.
Y en esas piedras caben un sinfín de sensaciones, potencialidades, promesas… El arte es esa huella que lo intangible deja en lo físico, rutas de seda cavadas en la roca como metáforas de viajes sensoriales e imprevisibles rastros de un mar en celo, caricias calcáreas regalos de una Edad de Piedra que congelan el instante de expectativa, la ilusión del gesto, la magia de la ofrenda aún no desvelada.
Objetos cotidianos transformados en algo así como exvotos privados por efecto de la confrontación matérica y textural, por la nivelación térmica y simbólica entre los elementos, trasvase sensitivo del escultor.
Su trayectoria artística ligada siempre a la escultura es acariciada también por la fotografía la pintura y las instalaciones, su material es la piedra aunque trabaje además la madera, el hierro y materiales emergentes como resinas, plástico, aluminio, etc que utiliza para llevar a cavo sus obras.
Con una preocupación innata por el espacio crea a partir de conceptos aparentes convirtiendo en narrativa aspectos sugerentes de ser leídos desde diferentes miradas, obras significativas con invocaciones costumbristas y oníricas condensadas a partir de técnicas muy depuradas donde el cincel penetra en la obra para crear un acto de amor.
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