Pere IV, 345 08020 Barcelona

Blackout

Por Micaela de la Cruz

 

Hace varios años en plena crisis vital, llegué a una inmersión espiritual de 4 días en Murcia, sola, no conocía a nadie. Hace un año y 4 meses llegaba a una sala de partos en Albacete, sola, no conocía a nadie.

En ambas ocasiones tenía desbordadas las expectativas, el miedo y las ganas de vivir esa experiencia casi de una forma consumista: “La Gran Experiencia”.

El ritual en Murcia daba comienzo y sucedió así:
Me tumbé en mi esterilla a esperar el efecto de la bebida, a oscuras, entre otras 20 personas, esperé un ratito pero… pues no pasaba nada. Salí al campo a fumar, sentí que a mi espalda había alguien sentado, me lo flipé un poco y dije ya empieza! Sentí que me daba mucho miedo, mucho, porque pensaba que era la muerte. -Bien, pues si es la muerte he de mirarla y ver qué me dice. Me giro y veo a una mujer embarazadísima, sentada en un banco. Me da pánico y pereza, no quiero hacerme cargo de ese bebé, no quiero cuidar a esa madre. Tengo que hacer algo para ver si es de verdad, le pregunto que donde apago el cigarro –Dámelo, tengo aquí para tirarlos. Se lo doy (por supuesto la juzgo: Fumando?! Con tremendo barrigón!?). Paso y durante la noche nada más. Al día siguiente me encuentro con la chica en la cocina, nada de embarazo, el vientre más plano que una carpeta le cuento y me dice que es lo que ella estaba viviendo, que estaba embarazada. Nos reímos incrédulas, que fuerte!
Yo quería tener un parto en casa pero por alguna razón pasaban los días y el parto no llegaba, quizás tenía más miedo que ganas…19 días después ingreso para inducción.

Segunda noche en Murcia y nada reseñable. Me han metido algo por el coño, como un tampax, va liberando un medicamento que a las 6 horas hace efecto y tengo la primera contracción en el baño de una habitación compartida de hospital con 8 personas de visita en la cama de al lado, quiero gritar desde el estómago un mecagoen%$&%$&//% pero me contengo educadamente. Sin ningún motivo más que yo recuerde, pienso: esto va a ser cesárea.

Tercera noche de retiro, estoy más relajada y bastante decepcionada, ahí, entonces, es cuando empieza: la sala se convierte en una selva y yo en un felino grande caminando sobre sus cuatro patas, noto todas las vértebras de mi espalda al andar, me he salido de la esterilla estoy en medio de todos con la curiosidad de una cachorra, me doy cuenta y vuelvo, apoyo la frente contra el suelo, soy un zorrillo buscando la grieta de la madriguera, no! , es un útero! Estoy atrapada, no puedo salir, mi madre tiene muchísimo miedo, le hablo: -Tranquila, no tengo prisa, yo me hago cargo, tú no te preocupes por nada.
Se acaba y despierto con una línea sobre mi frente, hacia mi nariz está la vida y el instinto intrínseco por defenderla reducido a miedo por el maltrato de nuestra ¿cultura? La línea es el rito, la puerta, el paso de un lado al otro, no es más que una línea pero cruzarla da pavor. Detrás de esa línea, no puedo describirlo, es más como una sensación, un bienestar absoluto, como un líquido azul oscuro que llena todos los conductos y órganos de mi cuerpo que no es mi cuerpo sino algo infinito, negro, donde todo se encuentra. Me parece fascinante y me resulta enternecedor el miedo que da cruzar la línea.

Estoy en la sala de dilatación, con una luz tenue, desnuda y completamente dilatada, comienzo a empujar entre gritos, pienso que con un poco de suerte puedo parir a cuatro patas sobre la cama y no tumbada con las piernas de par en par a la nada y bajo una luz cegadora. Llevo como 3 horas a cada minuto cuando empiezo a desconfiar de todo, no paran de explorarme, me dicen que empujo bien, todo está bien, que continúe. Me exploro yo misma, meto mi mano y toco a mi hija, está ahí pero no me gusta lo que siento. Cuando empujo ella sube y el tacto al tocarla es de piel muy lisa no de pelo de coronilla, la matrona se ríe, me desacredita y yo le contesto que lleva guantes, no sabes lo que tocas, le digo. Rompemos nuestra cordialidad. A las 8 de la mañana con los dos turnos en mi parto me suben al potro, me hacen empujar, les miro las caras, hay una muy joven que ha retrocedido hasta pegarse a la pared, esa sí que está asustada. Les pregunto por qué tantas explorándome sin parar. Me hablan de fórceps y me bajo del potro, no, lo hacen por protocolo y ninguna sabe lo que está pasando.

Sobre el final de la tercera noche después de la sensación de bienestar me invade una fuerte obligación de vomitar, de limpiar toda la mierda del universo. Comienzo a hacer una fuerza descomunal desde mi garganta, con unos ruidos de ultratumba, no puedo, me es imposible cada vez lo hago con más fuerza, no sé salir de ahí, sólo pararé cuando lo eche todo, no puedo, se acerca Cristina con toda su solemnidad y amor me toca y me dice: -Para Micaela, te estás haciendo daño, si sufres es que por ahí no es.

Todo para.

Entra a la sala de partos una mujer, no la había visto antes, me habla serena con una seguridad que resuelve, no hay nada que negociar, ya me tiene: -Micaela, sólo te voy a explorar yo y sólo una vez más. Me subo al potro, mete sus dedos en mi vagina me pide que empuje, esperamos la contracción, empujo fuerte, se gira para mirar a todas: -no está ni en plano 1!
Me han puesto dos epidurales que no han funcionado pero ya no me pueden poner otra así que entro para cesárea con anestesia general. Ya estoy desnuda, me piden permiso para rasurarme, me agarran los tobillos yo me encojo, me estiran, me hacen firmar no sé qué, me ponen ese aparato de silicona sobre la boca y la nariz aguanto pero a los pocos segundos doy un manotazo e increpo: -ésto no hace nada! –sólo es oxígeno. -Se excusa el auxiliar-. Entonces, por fin, el Blackout.

 

Pere IV, 345 08020 Barcelona